Nunca encontró comunión más pura mancillada, mas nunca encontró
comunión después.
Ellas eran sus ojos y solo a su través se podía conocer el
mundo. Como única forma de entender eran forma única de expresar. Cualquier
otro signo, cualquier otro atisbo de vida era una mentira muy franca, sin
intención. No expresaba más que su incomprensión, y no había nada de cierto en
ella.
Por ellas era legión, solo ellas comprendían su
contradicción sórdida, la construían e incluso en el proceso podían jactarse de
belleza, único testimonio de vida al otro lado de ese cuerpo. Único testimonio
de la pena ni de la gloria.
“El papel lo aguanta todo”; que dicen, pues sí. Era el único
pasaba el brazo, que arrimaba un hombro bajo el peso.
Solo así pasaba de mujer llamada a persona autoproclamada,
de criatura conocida y expuesta a ojos ajenos a manifiesto, de visión y juicio
a exposición y velo, a mentira.
Y solo de estas mentiras elegidas y gritadas, arrojadas a
los pies, escupidas a las caras, solo así pudo conocerse ápice alguno de
verdad.
Solo así pudo palparse la verdad sórdida en la convulsión,
en el movimiento y el ahogo, en la fatiga,
en la vergüenza, tras la sonrisa.
Y fue entonces allí mismo, ante la mirada de unos extraños
que consumó su amor más carnal, que por primera y vez última habló y ellos la
miraron como si comprendieran, pero no.
Y siguieron llamando, mirando y juzgando. Sin golpes, como
si nada, uno de ellos no por no tener no tenía ni miedo.
Oph
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