Se despertó desmadejado de entre sus sueños si poder
entender qué le habría llevado a ese estado de anestesia, de inconsciencia, que
por turbulentos que fueran los sueños ningún sentido tendría tildarlos de más
agobiantes o vertiginosos que la vigilia. Por muy empapado en sudor que hubiera
despertado, por fría que se encontrara la cama más allá de la silueta de su
maltratado cuerpo. Por mucho que pudiera dolerle lo que le quedara de alma tras
las primeras respiraciones, tras el primer pestañeo despistado, y es que el
sueño en su tremebunda insistencia era capaz incluso de posponerse un poco una
vez abiertos los ojos. Para que se hiciera más patente que había podido
olvidarla durante unos instantes, que se había ido llevándose incluso su dolor,
que le había dejado sin alma, y tal vez sin cuerpo. Que había sucumbido y era
su fisiología más fuerte que cualquier otra cosa, que no era la náusea tan
profunda después del descanso; que se estaba curando, y una vez lo hubiera
hecho, no le quedaría nada de ella, no lo quedaría ni si quiera su dolor sordo para
acompañar la soledad, ni si quiera la tristeza, ni el ahogo, ni el sudor, ya ni
siquiera tenía las noches en vela de lágrimas y frío. Incluso eso había
conseguido arrebatarle el cuerpo, sin importarle ya lo que quedara de alma. Por
segunda vez, esta vez el suyo propio.
Lo único que puede reprochársele a los muertos es eso que se
llevan al irse, es por lo único que puede exigirse su vuelta, para obtener ese
pedazo de alma herida que sin previo aviso nos hurtaron.
Aun así cerró los ojos, tan solo por un instante más, para
que una vez sin cuerpo no quedara alma alguna.
Oph*