domingo, 27 de enero de 2013

Let's get lost.





Se despertó desmadejado de entre sus sueños si poder entender qué le habría llevado a ese estado de anestesia, de inconsciencia, que por turbulentos que fueran los sueños ningún sentido tendría tildarlos de más agobiantes o vertiginosos que la vigilia. Por muy empapado en sudor que hubiera despertado, por fría que se encontrara la cama más allá de la silueta de su maltratado cuerpo. Por mucho que pudiera dolerle lo que le quedara de alma tras las primeras respiraciones, tras el primer pestañeo despistado, y es que el sueño en su tremebunda insistencia era capaz incluso de posponerse un poco una vez abiertos los ojos. Para que se hiciera más patente que había podido olvidarla durante unos instantes, que se había ido llevándose incluso su dolor, que le había dejado sin alma, y tal vez sin cuerpo. Que había sucumbido y era su fisiología más fuerte que cualquier otra cosa, que no era la náusea tan profunda después del descanso; que se estaba curando, y una vez lo hubiera hecho, no le quedaría nada de ella, no lo quedaría ni si quiera su dolor sordo para acompañar la soledad, ni si quiera la tristeza, ni el ahogo, ni el sudor, ya ni siquiera tenía las noches en vela de lágrimas y frío. Incluso eso había conseguido arrebatarle el cuerpo, sin importarle ya lo que quedara de alma. Por segunda vez, esta vez el suyo propio.

Lo único que puede reprochársele a los muertos es eso que se llevan al irse, es por lo único que puede exigirse su vuelta, para obtener ese pedazo de alma herida que sin previo aviso nos hurtaron.

Aun así cerró los ojos, tan solo por un instante más, para que una vez sin cuerpo no quedara alma alguna. 



Oph*

martes, 22 de enero de 2013

Al alba.




Hacía tiempo que no viajaba sola, como si de la compañía se llegara antes, y si bien no es así probablemente llegue más lejos, por importante que sea la soledad y rígidas las vías de este tren del que rara vez salgo. Pero hoy voy sola en el traqueteo de una mañana púrpura que se entremezcla con el azul de los que solos me acompañan, y ya que el azul utilizo no debería importarme añadir que estos y mi reflejo despeinado son aquellos que me impelen a interrumpir lo único que me acompaña – aun así me escuece - para rendirme a la soledad de mis propias letras, que no pueden si quiera ser tal, y siento que en algún punto comparto contigo.

He oído decir, -o tal vez solo he leído- que no hay momento más triste para el alma que el de las dos luces, sin embargo por vespertina que sea, me es el de las del alba más inspirador; como un daguerrotipo a la espera del color, como un enamorado de la psicodelia sordo al color, o ciego a las estridencias, por exageradas, o por violentas. Y es que es eso y no otra cosa el alba por comparación al crepúsculo. El momento de la metamorfosis del que irremediablemente llegará tarde, la angustia del escarabajo, el sudor del espejo temeroso del contagio.

Sin embargo no genera esto en mi la mañana, tampoco lo hace la tarde, debe ser todo una distorsión del ánima que el ánimo ha acabado por trastocarme, pero de un tiempo a esta parte sólo a las luces pálidas y desleídas puedo callarme las miserias, que por no ser tal no merecen ese título que una vez más desmerece a quien lo enarbola con enjundia, como etiqueta descontextualizada, aunque así las sienta.

Aún así plaño esta noche, aunque impelida por esa alba, que “lo malo del tiempo es que cura las heridas, y lo bueno de los besos es que crean adicción”, así que déjense de tanta espera a la sanación, a la remisión espontánea, que mucho dice esta de la sinceridad de nuestro dolor, de la escasez de nuestras miserias - que embotan más el alama y el entendimiento que su presencia, sin ser estas nunca deseables - como mucho tendría que decir Zweig de la pureza de nuestra alma, y acompañen, que “hay veces que no se puede curar, pero sí se puede acompañar, y eso es tan importante como curar” con besos y si no tienen nada mejor, con versos.

Oph*