No creo que esto que estoy a punto de decir vaya a
sorprender a ninguno de los presentes, sin embargo, me veo en la necesidad de
hacerlo, por si alguno aun no se ha dado cuenta, a pesar de la obviedad espesa
como la masa de piojos que carcomen el cerebro de aquellos que no se limpian el
corazón.
Que en este mundo que nos han dejado vivir hoy no existe
lugar para echar de menos lo que pasó, no existe lugar si quiera para agradecer
lo que tenemos, existe solo, en el mejor de los casos, la posibilidad de añorar
aquello que está por venir.
Que le hemos dado la vuelta a la vida con tanto invento y
parece que ya nada nos importa, pues yo le doy la vuelta a los textos, ya no
traigo lágrimas, traigo tan solo desidia, y no existe razón más triste y oscura
para escribir. Razón más cercana a la vergüenza, al desamparo, al abandono.
Y es que vivimos tan rápido que se nos olvidó ya que
existiera un pasado, y no es sino una herejía pensar en él, pensar en algo, que
obligados estamos a seguir y seguir, con una sonrisa en la boca, y que se
aguanten las preguntas de tu corazón, que el mundo para el que has sido creado
es así, y si no te gusta, ya sabes donde tienes la puerta. Pero vete sin
rechistar, que aquí el ruido, si no es de aplausos, ya no gusta.
Nos han quitado el derecho a quejarnos, y creen que lo
compensan con el derecho a soñar como si eso alguna vez les hubiera
pertenecido, como si no hubieran hecho ya bastante. Para sobrevivir no miren al
pasado, que nunca más será nuestro.
Echen de menos el futuro, si les quedan
fuerzas para hacerlo. Si no, salgan, y cierren la puerta al salir.
Oph**