En el juego del claroscuro se esconden las sombras, y ahora
que de ti ya no me queda nada, juegan los enamorados a construir eso que los antiguos
ya llamaron amor, y nada más acabar no quieren sino destruirlo para comenzar desde
cero y hacerlo de todas y cada una de sus formas, eternas e inmanentes, para
deshacerlo siempre con la misma sonrisa, y es que no se conoce destrucción
alguna dotada de cariño, excepto esta de ese amor.
En el juego del claroscuro se esconden los enamorados, de
las sombras, como entrelazadas e indiferenciadas, hay quien diría que
hermanadas incluso se encuentran, cuando solo ellos saben dónde acaba el uno y
dónde empieza el otro y conocedoras de que son por un momento necesarias a su
propio tiempo y espacio permanecen en el claroscuro confiadas y perdidas entre
un suspiro que se va, y un gemido que ya viene.
En el claroscuro se esconden, y aunque de sobra saben que
hubo otros muchos como ellos no se atreverían a creer ni tan solo por un
instante que pueda existir amor más grande, pasión más pura, sensualidad más
inflamada; y entre los gradientes, la oscuridad y el calor de sus cuerpos
olvidan agradecer a las nubes que las proyectan, su presencia, tal vez sea por
ello, o tal vez nada tenga que ver, pero es el viento el que fuerte las aleja
sin piedad, a la caída del sol, tras la caída de la lluvia, cae también toda
esperanza e ilusión, para irse con viento fresco, tal y como llegó.
En el juego del claroscuro, aunque nunca vuelvan a
encontrarse aun han de saber que lo que tuvieron no se lo quita nadie, y por
supuesto, que a partir de ahora, será para ellos más cierto que para nadie que
cualquier tiempo pasado fue mejor.
Oph**
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