lunes, 1 de noviembre de 2010
Ciudadela
Fue así, como la pequeña ciudad obscura implosionó, estallando en miles de millones de fragmentos, millones de partículas que apenan alcanzaban la millonésima parte de un átomo, gravitando y flotando a nuestro alrededor, alrededor desde el cual, y su centro observábamos antes de asistir a nuestra propia muerte, al no poder nadie sobrevivir a la existencia de la cuidad, al no poder hacerlo nadie a su inexistencia, por el simple hecho de la pérdida de esa pequeña certidumbre que ni siquiera sabíamos tener, y que tan dolorosa era en su esencia que luchábamos porque en el viento se perdiera, ensordecidos, al estar sobreexpuestos a su excesiva acústia, que resuena fría desafinado las leyes temperamentales, y en ellas la luz reverbera cegando y empequeñeciendo nuestras pupilas, que de tanto encogerse se desdoblan sobre sí mismas impidiéndonos la visión, que se trastoca errónea al darse la vuelta guiada por nuestras pupilas, ya ciegas, que siguen emitiendo indoloras la última imagen que creyeron haber recibido, y así esta queda grabada de manera constante, sin dolor ni lágrimas, ni conciencia, y así, el olor a azufre atiborra nuestro olfato que no puede recordar sino este dolor que atrofiado olvida todos cuantos un día lejano llegó a poder absorber, y así olvida el olor a mujer, a sombra e incluso a libros, y es el dolor tan fuerte que la sensibilidad se nos nubla y no recordamos más que el golpe en la cabeza antes de perder la conciencia de esas cosas que nunca hicimos.
Es así, como asistimos a la pequeña destrucción de cada una de nuestras pequeñas ciudadelas, esas a las que algunos se atrevieron, tal vez en otra época a tildar de ideas, tal vez no fuera exactamente lo mismo, sino esas que pasan veloces sin dejar poso en nuestra mente que ya cansada, que inexacta y metafísica no puede guardar nada en espacio inexistente y es por ello que olvidamos, y es tras morir cuando en esa lluvia de polvo de estrellas que gravita y a nuestro alrededor se desvanece en neblina incorpórea, parece que tal vez quisimos recordar esa que llamamos inspiración y que tanta facilidad tiene para embarrarnos los poros como para dispersarse a la menor brisa, mudable, como lo son todas las fortunas de tal envergadura esa que algunos de los románticos poetas, quisieron darle nombre de mujer, como lo es su cadencia y su cuerpo que frágil tilita en la neblina que nunca recordarán.
"Era duro renunciar a creer que una flor puede ser hermosa para la nada; era amargo aceptar que se puede bailar en la oscuridad. Si algún consuelo les quedaba era pensar que también él se movía en la misma ambigüedad, orquestando una obra cuya legítima primera audición, debía ser, quizá el más absoluto de los silencios.”
Como lo es siempre el arte, irreverente, silencioso e inocuo, como lo son en el fondo todas las cosas buenas de la vida, todas las que merecen la pena. El cielo gris llora la bohemia, hay tanta belleza escondida en el mundo y nadie quiere verla… de tanto que duele mirarla… al saber que nunca podremos alcanzarla o de ella dejar constancia, de que existió, de que de ello tuvimos experiencia.
Y el olor del libro desvencijado y amarillento entre mis manos muere al coñac y al rímel corrido tras las lágrimas, por haber matado ese olor, la dulce concepción luminiscente que reverbera entre este y mis uñas, y sin embargo qué más azaroso, que el giro que sobre este impone la sombra y hace caer una lágrima inconsciente de su propio recorrido y existencia, una que se ve impelida a su periplo por mi incómodo corazón y mi ya rota inocencia, esa que se dio cuenta de que se puede a tener sexo sin hacer el amor, que se puede tener amor sin musa y musa sin inspiración.
A su manera, y la de tantos otros, ojalá pudiera serlo más---
Oph*
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