Hay ciertos estados de
debilidad que tal vez solo una luz puede reparar.
La luz, que puede posar
en el estático de la tela si se la convence con aguas. O en el estático del
cartón, si se la engaña sobre el origen. La luz, que puede bailar en la
materia, percibida como compacta, por una pupila contraída y aun flácida: por
la que entran a un tiempo las luces y salen a destiempo las sombras.
Y así, en ese entrar y
salir, en ese haberse ido; en ese haberte quedado se despertaba, muy antes del
amanecer, muy antes incluso del choque. Y todita rota se levantaba desperdigada
por la cama, llena de polvo y astillas. Una matrioska abombada de sudor, de
frío, y de falta de lágrimas, tan hinchada que no tenía donde meterse; tan seca
que se le habían acorchado los pulmones. Tal vez las niñas de madera no puedan
llorar, pero desde luego lo necesitan.
Sobre todo mientras
esperan:
La luz, que puede llegar
a dar calor a la vida, a una naturaleza que explota sutil y delicada.
Oph.