Todos sabemos, en lo más profundo, cuál es la caja de
Pandora. No es la primera vez que alguien habla de caja –negra– para la mente,
pero no es solo eso. No, aunque ya la negrura escondiera la idea de lo
desconocido y aunque erróneamente se haya usado por los siglos el color negro
para describir el miedo, ciegos sin duda al amarillo.
Cualquier metáfora de la mente ha de ir más allá de la
negrura interior y conciliarla con la exterior. Ya Kant lo vislumbraba, pero él
no piensa en nuestras cabezas tan fácilmente como lo hace Platón. Su verdad es
más dolorosa y difícil de aceptar. Es, en definitiva una verdad, y hoy no todos
pueden decir lo mismo.
A Kant, como nos hablan de él, podemos imaginarlo como a un
tipo silencioso y solitario. Tan reflexivo que tal vez se hubiera tragado a sí
mismo y su rutina fuera la piedra angular para mantenerse con vida, a algo
agarrado, al saliente de la única cordura que le quedara. Yo tampoco puedo
decir a ciencia cierta que éste fuera Kant, más allá de aquel que mi profesor
recordaba, pero esa es, de nuevo, ésta mi verdad.
Lo que sí puedo decir, sin dudar yo misma de ello, es que es
gracias a él que hoy sabemos que existen los dragones, y Dios quiera que
también los Totoros. También hoy sabemos que la mente es plástica y entendemos
fácilmente porque hay más de estas criaturas en la infancia. Hoy sabemos que si
rompiéramos nuestra caja negra y ésta quedara abierta a la realidad sin filtro
sensitivo alguno es posible que la realidad misma nos matara, y que salieran a
la luz todos aquellos monstruos que ni tan si quiera podemos imaginar,
especialmente el monstruo de nosotros mismos, que ahora sí, vive en la cueva.
Tal vez lo único que podamos hacer ahora es jugar a balancearnos
en cada una de las aperturas de nuestra caja y hacer el ímprobo esfuerzo de
usar tantos menos filtros adquiridos como sea posible, desprendernos de todo
conocimiento sobre nuestras percepciones, y sentarnos a respirar, ya que eso es
lo único que sabemos que es vivir.
Y para eso esta vida, para vivir, y tal vez, solo tal vez,
para atisbar la verdad desde la cueva, sin miedo a monstruos y otras verdades.
Oph*