Escondió su cara enrojecida entre sus manos y trató de
olvidar lo que había creado, no hizo falta esperar al séptimo día para ver que
era malo, para descansar; así que, inmediatamente, cuando aún a penas se mantenía
en pie abandonó su creación a su suerte.
Así nació una de tantas hijas bastardas, así es como dimos
la espalda a la hija primogénita, sin tan si quiera pintar de rojo nuestras
puertas. Esta, la mayor, tiene una condición aun más oscura que la hija
adolescente; tal vez, por el simple hecho de que su enfermedad no es pasajera, y
tan solo se cura con la muerte para la cual, entonces, no tiene sentido buscar
una cura, ni si quiera un alivio. Por eso no solo se la abandona y repudia, sino
que la olvida, a pesar de que como hija bastarda reconcome la conciencia de
cada miembro de la familia; temeroso de acabar como ella, de ser el peor de los
ejemplos, y avergonzado del abandono.
Si no, no puede explicarse de ninguna otra forma que hayamos
ido a confundir la acumulación de saberes y experiencias con la desposesión absoluta
de valores y actitudes, como pérdida total de la vida. Que si bien quisiera
decirse que es por estar más cerca de la muerte, también lo está la niñez y
nadie va mirándola con esos ojos, a pesar de que esta hija si está desprovista
de toda razón, a pesar de que a ella le quede todo por saber y lo único que
puede decirse de ella es que aun no ha errado, y ésta de estar de estar de
alguna forma sea desbordante.
Se dice incluso que no pueden ponerse al día, que se estanca,
que ya ni si quiera quiere seguir, pues observen dos veces y piensen que mucho
más desfase hay en el infante, y todos corren presurosos a suplirlo, y que es
desleal pedirle a nadie que se asome a hombros de gigantes temblorosos y menuditos
cuando está bien firme en grandes estandartes. Cómo puede pedírseles que pasen
de nuevo el frío de la incertidumbre tras haberlo conocido, tras haberse
agarrado con uñas y dientes y las pocas seguridades que aporta una vida.
Créanme cuando les digo que yo no conozco ningún viejo, conozco
solo personas que la sociedad ha desterrado, y conozco algunos que ya no
quieren volver, que están atrapados en un exilio personal. Nadie es exiliado
mientras no se le impida pertenecer al grupo que quiere hacerlo, como todos
estos sólo querían pertenecer a ellos mismos, tal vez solo a la vejez se
adquiere el valor necesario para hacerlo, para enfrentarse al problema de la
identidad, para dejar que nos ahogue.
Tal vez solo entonces pueda uno asomarse a sí mismo, sin
miedo a caerse solo, a quedarse lejos. Tal vez por ello los demás que aun no
sabemos si podremos tomar la valiente decisión llegado el momento nos
refugiamos en el abandono, en el olvido, que no hace sino corroer y por
supuesto, que hace enfermar, que hace acabar en la vejez.
Oph**