El tiempo como lo conocemos es una entelequia finita y
humana, empieza tan tarde como aparece la primera aspiración y tan pronto acaba
como la última expiración. Y de entre estas: todo. Que por todo serlo entre dos
abismos ha de ser considerado como nada.
Nunca pensé que la nada pudiera doler tanto, pero es en
realidad lo único por lo que duele todo, por esa nada que ahoga el pensamiento
y embota la emoción, esa que cuando a todo debiera quitar sentido connota
aquello que acontece, denota lo que nunca aconteció y torpemente mueren los
ocasos mientras a ciegas vagamos, a gritos y golpes de la nada los todos. –En una
circularidad inmensa, más inmensa sin ella-
Ya no recuerdo la tristeza de ayer, no puedo evocar la de
mañana porque no hay yoes, porque no hay tiempo, solo hay una historia mal
narrada que no se almacena en parte alguna, historia que se mancilla a cada a
paso, a cada evocación, que se destruye con cada recuerdo y se construye de
cada mañana inexistente e incierto.
Solamente los tres hilos que unen sensaciones que como
tal solas no sabemos almacenar, que no existen discretas, que resultan incognoscibles, solo tres hilos: Dino, Enio y Pefredo.
Rueda por la cuenca infinita un ojo – y por supuesto, su
cuerpo, claro –
Oph*