Se inflaman cianes las nubes por
el cálido sol que asoma en un vergonzoso “buenos días” y hace enrojecerse al
claro fondo anaranjado, aun se desdibuja la luna, blanca pero sin brillo, como
en lápiz blanco sobre un cielo que ya clarea de azul. A estas horas, a lo
lejos, ya solo titilan las farolas, aun conscientes de su inadecuada actuación,
aun conscientes de que todos las miran con una sonrisa entre los dientes y una
duda más bien pequeña en el corazón.
Así aun cuando no somos capaces de
entender la actuación, de comprender los motivos, cuando cada explicación difiere
ligeramente de la próxima, cuando seguir hacia delante es incierto, y mirar
hacia atrás doloroso, es entonces cuando no podemos sino seguir titilando
henchidos, porque aun conscientes de lo incorrecto de nuestro proceder, de la
imposibilidad del cambio no podemos ignorar que el mundo es un lugar
maravilloso.
La
misma luna ya no hace blanquear sino el mismo pavimento. Aunque quien lo ignore ya no
pueda ser el mismo por mucho tiempo, aunque no pueda sino caer en el azar, en
la indeterminación, en la entropía, aunque se aferre a una identidad que ya no
le pertenece, aunque a los demás quiera hacer creer que aun lo es, porque sabe
lo que duele el engaño, lo oscuro del perderse.
Y
el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Oph*
"Aunque este sea el último dolor que ella me causa,
y estos los últimos versos que yo le escribo"
À bientôt.