Tal vez por eso pensé que había llegado a la última
estación, tal vez por eso confundí con la flor de almendro a la nieve, y a la
soledad con el silencio de los presentes. Porque es el alma lo más animal que
nos queda de este cuerpo humanizado, y también se desnutre y enferma cuando
olvidamos cuidarla, demasiado ocupados del mundo exterior, o demasiado
temerosos de volver a ella.
Pero si algo la diferencia del resto del todo es su
capacidad de perdonar, y es que no he visto aun ningún caso en el que quien
haya vuelto a buscarla no la haya encontrado ávida de reencuentro; de lo que no
me cabe duda, es de que habrá quien tenga demasiado miedo para haber tratado si quiera
de volver. Así es que no teman que se encuentre esquiva y áspera, teman tan
solo del estado desmadejado y tenue que puedan encontrar, teman que haya pasado
hambre de cultura y frío de amor, teman sobre todo de la soledad que ustedes
mismos sufrieron durante su viaje. Porque cuando todo lo demás fallé seguirá
ella allí, más dolorosa, más inexpugnable, pero dispuesta a darle su particular
cobijo, su extraño arrobo.
Y es por extrañas razones, al revés que el resto del
todo, que es el alma cuando se encuentra nutrida precede a la catarsis, y su
descuido e inanición no han de llevar por tanto más que a una extraña insensibilidad,
a un delicado olvido, a una sutil preocupación de la vida, mal entendida, que
es como eminentemente se vive.
Oph**
Oph**